GENTE QUE NOS REFUTA
Hay algunas personas que han pensado que nuestra sensibilidad, nuestro gusto personal, estaba equivocado.
Nosotros les decimos que los disculpamos, no les guardamos rencor. Por el contrario, los invitamos a pasar, a hacerse amigos.
C.#60
"que pelotudez eso del Pri …
es como ir a ver Opera y salir comentando si estabas justo sentado debajo de la araña con luces del techo….. a quien le importa eso???"

miércoles, 20 de abril de 2011

Seguir buscando - (Nestor Ariel Palermo)


         El día que nací por quinta vez estaba nublado. Mamá lloró al verme, según cuentan, porque después de tres hijas mujeres había llegado el tan ansiado varón. El parto transcurrió sin mayores complicaciones y al otro día estábamos en casa, entre regalos, sábanas nuevas y gritos de mis hermanas.
         Sara era la mayor y la que más me cuidaba. Recuerdo sus manos suaves y la voz desafinada pero dulce con la que me cantaba canciones para que durmiera. Siempre me costó dormir. Hace un tiempo, antes de morir otra vez, un médico me recetó unas píldoras que lograban cierto efecto pero no llegaban a introducirme del todo en el mundo de Morfeo. Ideas entremezcladas venían a mi cabeza, recuerdos de las vidas que viví y de las personas que conocí. Se me ocurría que hubiera podido arreglar más cosas, evitar más conflictos. No me conformaba con lo hecho en los casi trescientos años que había vivido hasta ahora, con diferentes nombres, en diferentes lugares.
         Por lo general empezaba a darme cuenta de estar viviendo otra vez a los cuatro o cinco años, época de la que datan los primeros recuerdos de la infancia, como si en ese momento se encendiera alguna especie de grabador. Era en ese momento cuando me resultaba difícil entender las dimensiones de mi cuerpo, y manejar mis recuerdos. Generalmente mis padres lo interpretaban como un juego, aunque una vez, en Escocia, la rigidez de mi entonces padre Alberto lo motivó a llevarme a decenas de doctores, brujos y curanderos hasta que aprendí a dominarlo y todo quedó como una anécdota que mi madre solía contar en las cenas familiares. Aprendí también a manejar eso de ser el raro de la familia, ese de quién todos hablaban por lo bajo y del que se alejaban los primos más lejanos en las reuniones. La escuela tampoco fue fácil, salvo por la habilidad para aprender idiomas que me generaba el hecho de haberlos hablado con anterioridad y que siempre sorprendía a mis maestros.
         Creo que no expliqué el propósito de mis reencarnaciones. Y en realidad la explicación es bastante sencilla: necesitaba encontrarla.
         Creí haberlo hecho la primera vez, cuando caminaba por la plaza del centro de Praga camino a la Universidad. Ella hizo como si  no me hubiera visto, pero los ojos le brillaron un segundo y supe que la conexión había existido. La seguí hasta un café y me senté en la mesa de al lado. Como al descuido dejé caer un lápiz  bajo sus pies y cuando me lo alcanzó me sonrió como sabiendo que la había seguido. La charla se volvió cada vez más fluida y quedamos en vernos a los dos días en el mismo café a la misma hora.
         Ese día caminé rápido después de subirme el cuello del gaván. Me recordó aquella vez en México cuando me ocultaba de Ramón y Alfredo, mis cuñados que pretendían apuñalarme después de que su hermana les contara que la había dejado contándole una historia inverosímil que, claro está, le pareció la más vil de las excusas. Como decía, volví a encontrarme con Greta en aquel café de Praga (¿mencioné a caso que se llamaba Greta?). Hablamos de todo: el clima, la política, la guerra. Intenté confesarle mi secreto, y que ella lo confesara también. Necesitaba comprobar que ella fuera la otra persona en el mundo que pasaba por lo mismo que yo, pero fue en vano. Estuvimos juntos algunos meses, hasta que se aburrió de mis historias que en su mayoría le parecían inventadas. Además estar con alguien cuando se sabe que no es a quien se estaba buscando es casi como comer un sándwich antes de la cena: placentero pero temporario.
        

         Cuando cumplí diez años mis hermanas me regalaron un tren eléctrico. Circulaba sobre las vías sin parar, dando una vuelta detrás de otra. Me pareció gracioso que se pareciera tanto a mí. Ese día vinieron primos, amigos, vecinos. Mi casa estaba llena de gente y mamá corría de aquí para allá atendiendo a todos. Unos rizos rubios se acercaron a mí con un regalo en la mano para desearme feliz cumpleaños. Me llamó la atención la profunda sabiduría de su voz de niña. Algo me dijo que la había encontrado. Casi no le presté atención a los presentes sino que me detuve a averiguar quién era y cómo podía volver a contactarla. Le encargué a Sara la tarea de averiguar de dónde había salido y por qué estaba en mi fiesta, pero después de varios días, una tarde mientras estaba sentado en la hamaca del patio se acercó y me dijo que nada había podido averiguar al respecto. Que no estuviera triste, porque había muchas niñas como ella, y que cuando creciera iba a entender eso. Me quedé pensando en silencio, buscando recursos para volver a verla, sabiendo que ella también me estaba buscando y desconociendo el motivo por el cual se me había acercado para terminar huyendo.
         Seguí buscándola hasta que un día, cuando cumplí mis dieciocho años mamá me despertó trayendo una carta que había llegado esa misma mañana. No tenía remitente y eso me llamó la atención, así que la abrí apresuradamente. Grande fue mi sorpresa cuando leí lo que seguía:

“ Te espero esta tarde a las 5 en el parque, no faltes, tenemos muchas vidas que contarnos.”

         Las horas transcurrían lento y salí temprano, a eso de las tres, aunque el parque estuviera a sólo unas cuadras de casa. Esa tarde empecé a fumar, y todavía lamento no poder dejarlo. No adquirí el hábito ni una sola vez, hasta ese día. Fui marinero, escritor, médico. Viajé por el mundo, tuve frío, hambre, miedo. Pero jamás me tentó el olor del tabaco... hasta ese día. Recuerdo que hacía frío, y las hojas caían de los árboles tiñendo todo de tonos ocre. Pensaba en qué decir cuando su voz sonó a mis espaldas y me trajo de vuelta a la realidad. Giré la cabeza y vi sus rizos rubios brillando con el sol del otoño, y sus profundos ojos mirándome casi con compasión. Se sentó a mi lado y empezamos a hablar como si nos conociéramos. Me contó de su pasado como esclava en Roma, como cortesana en Florencia, como universitaria en Praga. Allí se detuvo para confesarme haber sido Greta y haber estado a punto de revelarme la verdad, antes de arrepentirse por haberme sentido inmaduro. En sus labios volví a sentir los besos de hace años, en los jardines de la Universidad. Y volví a decepcionarme. Al final la había encontrado (por segunda vez), y resultó ser una más, igual a todas. De antemano la creí especial. Pensé que el haber vivido varias vidas iba a hacerla mejor que todas las demás, pero estaba equivocado.
         
         Todavía sigo buscando, algo confundido. Se que ella también lo hace, que sigue viviendo como yo, que sigue buscando como yo. Tengo miedo de encontrar alguien que voy a extrañar en mis próximas vidas. Tengo miedo de encontrarla y saber que van a pasar tantas otras que en algún momento voy a olvidarla. Ya me cansé de vivir buscando, mejor voy a esperar que alguien me encuentre.
         Si me ven alguna vez contando historias increíbles no huyan,  tengan paciencia. A veces se mezclan las personas y las situaciones, pero no significa que no hayan existido.

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