GENTE QUE NOS REFUTA
Hay algunas personas que han pensado que nuestra sensibilidad, nuestro gusto personal, estaba equivocado.
Nosotros les decimos que los disculpamos, no les guardamos rencor. Por el contrario, los invitamos a pasar, a hacerse amigos.
C.#60
"que pelotudez eso del Pri …
es como ir a ver Opera y salir comentando si estabas justo sentado debajo de la araña con luces del techo….. a quien le importa eso???"

martes, 26 de abril de 2011

Una venganza - (Nestor Ariel Palermo)

Era noche cerrada y Eusebio salio del rancho apurado, despeinado, asustado. La ginebra en la pulpería lo había atontado y allí, con el fusil en la mano, todavía no entendía qué lo había hecho salir de tan profundo sueño. Respiró profundo el aire helado de la llanura, miró el horizonte que empezaba a aclararse y recordó el sueño.
            Ana María lo miraba con sus enormes ojos azules algo entrecerrados por la modorra, que se asomaban apenas por encima del poncho puesto como manta. Sin decir palabra se levanto y echó leña a la salamandra, puso a calentar la pava y lo dejó ser. No hablaban mucho, él la había arrancado de la casa de sus padres cuando era apenas una adolescente y se la había llevado a caballo hacia el oeste. Hacía ya diez años de esto, pero podrían haber sido dos, o cien. En el camino habían quedado las negativas de su padre Don Rolando. Los hechos que se dieron después habían borroneado en el recuerdo el hambre y el frío que pasaron durante esos años, antes de que Eusebio se enrolara en el ejército. Esas penas parecían ya menores en la distancia, casi las habían olvidado.
            El piso se sentía frío bajo los pies descalzos, pero eso no amedrentaba el coraje del gaucho, que seguía mirando para todos lados con el dedo en el gatillo, como queriendo apretarlo para disparar vaya a saber contra qué. Una lágrima le cayó por el rostro y terminó hundiéndose en la espesa barba. En la boca, sentía todavía el sabor del alcohol, aquel que  se  le había hecho familiar en los últimos meses. El vaso cubría la pena que como hombre  negaba desenmascarar.
            El frío calaba sus huesos y ese dolor lo hacía sentirse vivo, así que esperó para volver a entrar cuando escuchó a su mujer poniendo la pava. La quería a su manera: rústica, salvaje. Cuando la vio por primera vez en la estancia mientras descansaba con la peonada se quedó mudo. Era apenas una niña, aunque eso no logró que dejara de mirarla con deseo; los meses pasaban y no había oportunidad de acercarse. Su padre el capataz, estricto y sagaz, la recelaba. Pero nada detenía el deseo que se le encendía en el pecho cada vez que a lo lejos, la veía ensillar la yegua de paseo.  Una tarde de Agosto, mientras todos estaban ocupados, juntó las pocas cosas que tenía, se subió a su caballo y salió al galope y tomó a María de la mano llevándosela con él. Nunca supo bien adonde, ni por qué, pero al anochecer estaban bastante lejos y la muchacha lo abrazaba. Quizá por el frío, quizá por el miedo, vaya uno a saber.
           
            Siempre habían elogiado sus mates. Desde que era una niña y su padre la sentaba en la falda mientras volvía del galpón donde daba órdenes a los peones -a esos salvajes que hacían el trabajo pesado sin protestar por una mensualidad que era una miseria- cuyo extraño olor se hacía sentir desde lejos y le repugnaba; a su madre le gustaban con cáscara de naranja, pero su padre los prefería amargos, igual que ahora Eusebio; casi sin mirarlo le ofreció uno, le puso la mano en el hombro y le dijo que estuviera tranquilo, como siempre lo hacía. Vio otra lágrima que brotaba de sus ojos y sintió compasión por aquel hombre tan duro que la había elegido a la fuerza como compañera. El hombre al que el destino le barajó una vida de lucha, para darle una más digna a ella, le había dado también un hijo.
           

            Guzmán era el más hostil de los peones de la estancia. Huraños, esquivos, sus ojos profundamente negros miraban desconfiados a todo el mundo, como estudiando a un enemigo. Nunca se quejaba de su suerte y laboraba de sol a sol, quizá por ser lo único que sabía hacer. Dicen algunos que de vez en cuando cambiaba alguna palabra con Don Rolando, siempre con la cabeza gacha y los ojos fijos en el piso.  Al menos los que recuerdan algo de la historia afirman que estaba enamorado de su hija, y que por eso aceptó la oferta cuando su capataz de hace unos años mandó a buscarlo. Por eso, y por el altercado que había tenido cuando otro de los peones, el joven que se había llevado cautiva a María, lo acusó de robar un cuchillo. Se dijeron muchas cosas de él, pero lo cierto es que a Guzmán se lo tragó la tierra y con él también se fueron sus motivos.
            Cierto es que matar a un crío no es cosa fácil, no lo es ni para el gaucho mas duro.

           
             Eusebio, salió del rancho apurado, despeinado, asustado. La ginebra en la pulpería lo había atontado pero no había evitado que en sueños, recordara el día que volvió de la ronda con su uniforme militar y encontró a su mujer con su hijo en brazos, lleno de sangre, y clavó los ojos fijamente en el cuchillo, ese cuchillo que le habían robado hacía diez años en la estancia.

3 comentarios:

  1. Muy bien Nestor. Me ha gustado mucho tu cuento. Aqui en Guatemala hay pocos escritores jóvenes. He leido parte del martin fierro, veo que te has inspirado en el seguramente.
    Un saludo, Gaby.

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  2. Gracias Gaby, en realidad mi inspiración fue Borges y su cuento "Biografia de Tadeo Isidoro Cruz", una especie de "paracuento" del Martin Fierro. Ojalá pudieras entender la idiosincrasia gauchesca que hemos mamado quienes, como yo, nacimos en un pueblo donde todavía las historias de esos personajes resuenan en nuestra memoria, contadas por el anecdotario popular. Saludos por Guatemala! Néstor.

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  3. Si tanto echas de menos a Dizdira, Capitán Manchas, escribe en tu blog para variar, individuo vago.

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